PRESENTACIÓN

sábado 6 de marzo de 2010



Hoy, dia seis de marzo del año de gracia del dos mil diez, comienzo a editar éste blog que pretende ser un punto de encuentro entre familiares, amigos y conocidos -se prohibe expresamente la entrada a los enemigos-, todo ello con el buen deseo de cultivar aficiones literarias, políticas -incluidos los chismorreos de ésta índole-, artísticas y demás actividades que puedan interesar a la generalidad de los colaboradores y personas interesadas en éste blog.
¡Bienvenidos a todos! Y que la diosa Fortuna nos ilumine en ésta nueva tarea que con ilusión emprendemos.
ÁNGEL LARROCA DE DOLAREA

lunes, 1 de noviembre de 2010

MEMORIAS DE ÁNGEL LARROCA







C A P Í T U L O
I
Nacimiento

Cuando paseo por el número 32 de la calle O'donell de Madrid, no llego a comprender cómo mis abuelos paternos, que vivían en el número 22 de la calle del Conde de Aranda- cerca de la calle de Velazquez - censuraran a mis padres, muchos años atrás, el haberse ido a vivir a las afueras de Madrid. Y es que en efecto, el 2 de Octubre de 1944, día en que yo nací, la casa de mis padres estaba en el extraradio de Madrid. Hoy se encuentra en plena almendra central de la ciudad y sus entornos constituyen uno de los más apetecidos lugares de residencia para la burguesía acaudalada.

El inmueble que me vió nacer era un piso quinto, cuya fachada daba cara a una amplia calle que tomó el nombre del general canario, conspirador permanente,y presidente del Consejo de Ministros con la reina Isabel II, cuya muerte, acaecida en el vecino país francés, impidió ver rematados sus muchos intentos de destronarla. Era un apartamento bastante exiguo para albergar a un matrimonio con cinco hijos y el servicio correspondiente. Recuerdo, que al entrar en el mismo existía un pequeño distribuidor al que daban, por la derecha, dos dormitorios; de frente, el salón-comedor y por la izquierda, comunicaba con un pasillo que accedía a otro dormitorio y un cuarto de baño, encontrándose al final de aquel la cocina y la habitación del servicio.

Serían las 9,50 horas de la mañana del día 2 de octubre de 1944 cuando mi madre, Carmen de Dolarea y de Aragón se encuentra postrada en la cama, esperando el alumbramiento de su quinto hijo. Le acompañan el doctor Botella (padre), especialista en ginecología, la comadrona y mi padre, Julián Larroca y Ortiz de Zárate, que decide salir de la habitación para fumarse un cigarro. Pausadamente, como se disfrutaban antaño los pequeños detalles, saca su pitillera de plata del bolsillo derecho del pantalón y toma un cerillo de la caja de Fosforera Española; estas que se venden ahora para uso en la cocina y llevan adosado, al lateral, un trozo de papel de lija. Aprieta el fósforo contra la lija y al unísono escucha un llanto de niño, cuando al mismo tiempo el cerillo se prende. Mi padre que queda perplejo ante la prontitud del parto y no se percata del fósforo encendido se quema la mano. Acude con precipitación a la habitación paritoria y contempla la estampa de un niño muy negro, muy gordo y con cara de señor. En medio del alborozo el doctor exclama: "Esto no es un niño..., es un toro", y mi madre sonríe, con cierto rictus de dolor y con el alivio de haber descargado una criatura de cinco quilos de peso.

El parto, como he dicho, fue rápido y feliz; pero mi madre me ha imputado, toda su vida, que como consecuencia del mismo se le produjo una cistitis crónica y le apareció la diabetes. Yo no sé si esto es cierto o fue un arma arrojadiza que ella enarbolaba ante mi carácter que presumía indomable. Por si fuera lo último, yo la replicaba que me había fabricado lleno de agujeros, puesto que padezco una hernia de ombligo, otra inguinal y otra de disco. Aunque ésta última no fue congénita, sino como consecuencia de mis aficiones taurinas, en una finca de Salamanca, a manos de una erala que me atropelló por la espalda, después de haber rematado, con un desplante, una faena muy aplaudida. Mas yo exageraba mis secuelas, lo mismo que ella exageraba sus padecimientos.

Pocos más recuerdos tengo de esa casa en la que viví solamente tres años, ya que al nacer mis hermanas Paloma y Rosario, mis padres tuvieron la necesidad de permutar, a mi tía Laura su casa de la calle del Conde de Aranda por la que vivíamos. Pero sí recuerdo ciertas imágenes estáticas de aquella época; un partido de futbol, enfrente de la casa, en el que jugaría el Real Madrid C.F., y el nacimiento de mi hermana, la menor, Rosario. Fue por la mañana y acababa de despertarme; una muchacha, que no recuerdo su cara, me llevaba en brazos con el fin de conocer a mi nueva hermanita. Me introdujeron en la habitación donde tuvo lugar el parto y separaron los pliegues de una sábana que cubría a la recién nacida; un trozo de carne rojiza, grasienta y llorosa impresionó la imagen que tengo de su llegada a éste mundo.

Cuando nací, Europa se desgarraba en la II Guerra Mundial. Meses antes, las tropas aliadas habían desembarcado en el continente a través de Normandía y dos meses después los franceses y americanos entraban en París. En octubre de 1944 los aliados estaban combatiendo por el traspaso del Rin y en ese mismo mes, muere, probablemente inducido al suicidio, el mítico mariscal de campo alemán Erwin Rommel. En mayo del año siguiente se produce la capitulación de Alemania y a los pocos meses, como consecuencia de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, finaliza la segunda contienda mundial.

Por entonces, en España, la mayoría de la población, influida por la propaganda gubernamental, se muestra partidaria de los alemanes. Por el contrario, mi padre, monárquico convencido - incluso el 14 de abril, como él decía - deseaba una victoria Aliada, con la esperanza de ver restaurada la monarquía, en la persona de don Juan de Borbón. Al principio de 1944, los aliados deciden invadir España para poder entrar en Francia, ocupada por la Alemania nazi. Mas las pretensiones de Stalin, sobre España, son otras y se opone rotundamente a la invasión de nuestro territorio. Franco que ha conocido los deseos de los aliados, empieza a dar marcha atrás a su política germanófila. Para ello, tiende cierto puente a los británicos, enviando una carta a Churchill que es contestada con la frialdad, distanciamiento y recelo propio de los anglosajones, en la que le recuerda la política que su Gobierno ha mantenido a lo largo de la guerra mundial. En ella, Churchill, manifiesta que el Gobierno español ha seguido una política no de neutralidad, sino de no beligerancia y que el partido falangista, base de la estructura política de España, ha mantenido una actividad constante hostil hacia los Aliados y, por el contrario, muy estrechas relaciones con el partido dictatorial nazi de Alemania y con el partido fascista italiano. Le alaba, sin embargo, la sustitución, que hizo, de Serrano Suñer por el general Gómez Jordana al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores, lo que puede suponer una prueba de la intención neutralista española.

Al final de 1944, los exiliados españoles - socialistas, comunistas y republicanos - que como todos los exiliados se enteran de poco, pretenden una entrada a la fuerza, en España, a través de los Pirineos. Pero no es esa la intención que a Churchill y a Roosevelt les lleva a la conferencia de Yalta. Pretenden una restauración de la monarquía española con don Juán como rey de España. Stalin admite dicha táctica como paso previo a la realización de unas elecciones libres que supondrían, a corto plazo, un triunfo del Frente Popular, con la consecuente imposición de un sistema comunista. La inesperada muerte de Roosevelt, sucedido por su vicepresidente Truman, da al traste a la restauración. Truman no se fía de Stalin. Sabe que la restauración de la monarquía en España es una estrategia, aceptada por Stalin, para conseguir una Europa atenazada por el comunismo. En Postdam las posturas de Churchill y Truman, en contra de Stalin, hacen que finalice la restauración de la monarquía en España. Franco continúa y continuará hasta su muerte en 1975.

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