PRESENTACIÓN

sábado 6 de marzo de 2010



Hoy, dia seis de marzo del año de gracia del dos mil diez, comienzo a editar éste blog que pretende ser un punto de encuentro entre familiares, amigos y conocidos -se prohibe expresamente la entrada a los enemigos-, todo ello con el buen deseo de cultivar aficiones literarias, políticas -incluidos los chismorreos de ésta índole-, artísticas y demás actividades que puedan interesar a la generalidad de los colaboradores y personas interesadas en éste blog.
¡Bienvenidos a todos! Y que la diosa Fortuna nos ilumine en ésta nueva tarea que con ilusión emprendemos.
ÁNGEL LARROCA DE DOLAREA

viernes, 30 de enero de 2015


AGUSTÍN DE FOXA Y LA MEMORIA HISTÓRICA

Tengo en mis manos un libro bastante interesante sobre Agustín de Foxá y su novela: "Madrid de Corte a Checa". Escrito por Javier Ramos Gascón, editado por Los Cuatro Vientos- Renacimiento en el que cuenta como una Concejala Socialista de Sevilla impidió un acto literario en memoria del cincuenta aniversario de la muerte de Agustín de Foxá, en base, parece ser a la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, también mal conocida como la Ley de la Memoria Histórica de Rodríguez Zapatero. Este artículo debería de entrar mejor en mi apartado "Perlas Gilipollescas", pero como no voy a tratar de esas perlas sino de la desmemoria histórica e intencionada de nuestro ex Presidente del Gobierno, voy a recordarle que su abuelito, Juan Rodriguez Lozano, parece ser que fue masón, que jugó al pelo y a la pluma; una vez, con gobierno republicano de derechas a la sazón, para la represión de los mineros asturianos - cuya revuelta fue organizada por el PSOE y la UGT -, a las órdenes de Franco y otras veces ofreciéndose como espía al Director del el diario El Socialista. El caso es que cuando se produce la sublevación de las tropas denominadas "Nacionales", se encontraba en un pueblo leonés a unos 6 kilómetros de la zona republicana, pero se debió fiar tampoco de sus supuestos correligionarios que se marchó a 46 kilómetros de distancia hacia la "Zona Nacional". Allí lo capturaron y lo fusilaron. Da lo mismo, hubiesen procedido de igual manera los "Republicanos" y si no...¿porqué se justifica la opción que tomó? Probablemente porque se fiaba más de los "Nacionales" que de los otros. Y esa es la Memoria Histórica que aparece ampliamente detallada en Internet y que el precursor de la Ley, Señor Rodríguez Zapatero,  no quiso saber. De haberle fusilado los republicanos es probable que en vez de José Luis se hubiese llamado José Antonio, como su portavoz Alonso.


Juan Rodríguez Lozano

lunes, 12 de enero de 2015

                          He comenzado una gran aventura: el escribir una novela. Está basada en hechos reales por lo que añade ciertas dificultades, con el fin de no caer en gazapos o largar alguna barbaridad que otra. Es por ello por lo que se necesita de forma constante el corroborar los hechos que se narran para que coincidan con la época histórica a la que se refiere y por tanto hay que documentarse debidamente y por ello su elaboración es lenta y trabajosa. No sé cuando la terminaré, pero aquí, y por series - en forma de tráiler - os la contaré.

ÁNGEL LARROCA DE DOLAREA



EL CARTÓGRAFO RAFAEL DE VELASCO

            El 30 de marzo de 1849 la ciudad de Cádiz amanecía con una neblina especial. El cielo no estaba nublado, pero el ambiente estaba recubierto con una leve capa de polvo desértico, traido por el fuerte viento de levante. Me había alojado en una pensión de la plaza de San Juan de Dios la tarde anterior, a la que había llegado procedente de mi casa natal sevillana.
El duro viento que durante toda la noche sopló con gran fuerza, unido todo a la ilusión con que emprendía mi primer viaje científico como oficial de la Marina de Guerra Española, hicieron que no pudiera pegar un ojo en toda la noche. Poco antes del amanecer logré conciliar un poco el sueño. Ese estado previo de vigilia, me sirvió para rememorar aquellos años que estuve en la Academia de Guardiamarinas como aprendiz de marino, y de mis prácticas,como tercer piloto, en el navío Soberano; de mis compañeros, los profesores, mi preparación científica y esa visión de un futuro incierto que todos deseamos que sea el mejor. Pasaron por mi imaginación una sucesión de láminas, cual si fueran positivas de ese nuevo invento llamado fotografía; recordaba a Montojo, mi compañero, mi amigo, tal vez, como el decía: mi hermano, y esa mañana en la que en el armero estábamos limpiando unas armas y apareció el “pater”. Montojo siempre bromista le apuntó con el arma y el clérigo le advirtió de la posibilidad de estar cargada. El lo negó y a continuación me apuntó, retirando rápidamente el arma. Pero ya había disparado y una bala me rozó limpiamente la cabeza. Él, aturdido, asustado, me preguntaba si estaba bien. -¡No ha sido nada, no ha sido nada!, le dije. -Oiga pater, advertí, la pistola se me ha disparado a mí limpiándola. Y así quedó. Mi buen amigo, de conocerse la verdad, hubiera perdido la carrera. Y además se hubiese perdido a un marino brillante. Montojo jamás olvidó mi actitud y fui para él un hermano querido.
Pero hoy comenzaba la realidad de un sueño. Lo que había esperado con tanta ilusión. Mi primer viaje importante a nuestras colonias de oriente para elaborar la carta de la costa filipina.
En la bahía gaditana, me esperaba una fragata, de cerca de setecientas toneladas, que constituiría mi hogar durante largos meses.
Me vestí mi uniforme azul y recogí las pocas cosas que en la noche anterior había sacado de mis maletas. La encargada de la pensión me reservó un coche de caballos y puso a mi disposición a un mozo, que era sobrino de ella, que me ayudó a bajar los bultos hasta el vehículo. El cochero colocó ordenadamente el equipaje en el pescante y emprendimos la marcha hacia el puerto. Por el trayecto se encontró en la obligación de hacerme de cicerone. -¡No insista!, le repliqué, conozco Cádiz tan bien como usted. –Nací en Sevilla y me he pasado varios años estudiando en la Isla de León, por tanto, mis venidas a la “Tacita de Plata” han sido frecuentes.
En el muelle me esperaban cuatro marineros con un amplio bote. Los saludos de rigor, y sus valiosas colaboraciones para embarcar ese cúmulo de material, que necesitaba para tantos meses.
Pusimos rumbo a la fragata, con grandes dificultades en la maniobra, ya que la mar estaba fuertemente rizada. Los marineros remaban con golpes secos, rápidos y contundentes, pero las bogadas eran muy cortas, debido al fuerte viento contrario. La fragata se encontraba fondeada a dos millas y media del muelle y tardamos cerca de dos horas y media en poder abarloar a la misma.
La María Auxiliadora, que así se llamaba la fragata en que embarqué, era un buque mercante construido con solidez y bien aparejado, desplazaba cerca de setecientas toneladas y estaba destinado especialmente para la carga. Una treintena de camarotes se utilizaban para trasladar viajeros.
Desconozco la razón del porqué no me esperó en el muelle, pues parece ser que el día anterior habia recargado material con destino al archipiélago. Probablemente fueran razones económicas, de tasas portuarias, lo que le obligó a esperarme en medio de la bahía. Los armadores solían apretar las tuercas de los responsables de los buques a fin de que en los trayectos se minimizaran los gastos.
El capitán era un hombre delgado, aunque robusto, de tez morena, regular de estatura y aparentando cerca de los cuarenta años. Me recibió con gentileza y simpatía; probablemente el corporativismo que nos unía hizo que pronto entabláramos una cordial empatía. Se interesó por el objetivo de mi viaje y se interesó vivamente acerca de los trabajos que yo iba a realizar. Me escuchaba con atención, sin intervenir, y es porque la limitación de espacio que un buque tiene puede provocar conflictos en la relación de las personas. Son muchas las horas que unos conviven con los otros y el no experimentado tiende a inmiscuirse en la intimidad de su compañero de viaje. Esto es algo que los profesionales de la mar evitamos como decálogo mantenedor de la buena convivencia en esos viajes de tan largas singladuras. Cuando se entablan conversaciones en las que nuestro interlocutor decide abrirnos sus vivencias más íntimas, nuestra experiencia nos indica que la mejor postura receptora que podemos tomar es escuchar sin intervenir; es una respuesta consciente de la necesidad vital de independencia que uno necesita para morar en tan limitados habitáculos.
El capitán Mendoza, que así se apellidaba, se despidió de mí al objeto de preparar las maniobras de partida. Levamos anclas a las catorce horas y los mástiles comenzaron a cubrirse de lonas, una rápida y leve escorada de la fragata fue el inicio de nuestra navegación a tierras muy lejanas.
Atrás quedaba mi familia, mi tierra y mi pasado. Poco a poco fueron desapareciendo los edificios blancos de la ciudad que me vió partir. Apoyado en la regala del buque, contemplé, antes de adentrame en mi camarote, la ímagen de ese Cádiz que tantos recuerdos de estos últimos años me evocaban; el parque Genovés, la Caleta, con la cúpula de la catedral al fondo y la playa del Sur. Una línea difuminada, separadora del cielo de la mar, hizo de telón de mis contemplaciones y meditaciones.
Abandoné la cubierta dispuesto a ordenar el equipaje que, poco tiempo antes, había dejado de cualquier manera en el camarote que me había asignado el capitán. Este era espacioso y confortable y tenía lo necesario para poder trabajar de manera cómoda para tantos días de trayecto. Abrí mi arcón y fui colocando la ropa que contenía en un pequeño armario, revestido exteriormente con una chapa de caoba y situado en el fondo derecho de la habitación. A su izquierda un buró de estilo inglés me facilitó la colocación de mis pertenencias de trabajo, así como de las sentimentales. Observé, por un instante la cámara, estaba recubierta de madera, una acuarela de un vapor con dos mástiles, pintada por un tal Pineda, y enmarcarda en pan de oro, situada encima del buró, un grabado con la imagen de la joven Isabel II y un perchero de bronce, de tres brazos, adosado a la pared constituían los unicos adornos. Un palanganero de madera, de color negro, sirvió para que me refrescara ligera y rápidamente, ya que el capitán me había invitado a ocupar su mesa en la comida.
La mesa que presidiría el capitán Mendoza estaba preparada para atender a seis comensales. Cuando entré en la cámara me dirigí al lugar que me indicó un camarotero y se encontraban sentados, frente a la mesa, un caballero acompañado de una señora o señorita elegantemente vestida. Me pareció que era una mujer muy joven con respecto a la edad que aparentaba su acompañante. Tomé la iniciativa de presentarme.
-          Soy el aferez de navío de la Armada española, Rafael de Velasco -.
-          ¡Mucho gusto! – me contestó con acento extranjero. – Soy Harol Macpherson. Le presento a mi hija Beatrice -.
            Beatrice me extendió su mano y yo se la besé delicadamente, de forma pausada, ceremoniosa. No fue un instinto reflejo de las buenas maneras. Me apetecía besar esa blancura de mano. Beatrice era una joven que aparentaba unos veinte años, con bucles dorados y unos hermosísimos ojos azules, despiertos , y picantes como su sonrisa. Pese a su aparente juventud, mostraba un rostro sereno y maduro; complacido consigo mismo. Portaba un dominio de sí que producía intranquilidad. No apartaba la mirada; la sostenía sin coquetería ni agresividad, pero con seguridad y confianza absolutas.
-          Tiene usted una hija… muy bella, señor Macpherson – balbuceé tímidamente -.
-          Es usted muy cumplido, señor de Velasco -, adelantose a decir,la encantadora Beatrice.
-          ¡Bueno…bueno! De modo que tenemos ante nosotros un joven marino de guerra.- Y se puede saber qué hace un marino de guerra en un barco mercante -. Me
preguntó el señor Macpherson.
-          Estoy encargado por el Gobierno Español para hacer un estudio cartográfico en el archipiélago filipino. – Le contesté.
-          Muy interesante… Estamos sin duda ante un importante científico -. Afirmó mi contertulio.
-          ¡No, por Dios! Sólo soy un humilde estudioso, interesado por las cosas del mar.-
            No llegaban los otros comensales, así que decidimos sentarnos a la mesa. Yo ocupé el asiento derecho de Beatrice y su padre ocupó el izquierdo. Pregunté al señor Macpherson el motivo de su viaje. Me respondió que era un viaje de negocios y que había aprovechado la ocasión para que su hija conociera el continente asiático. El señor Macpherson hablaba, hablaba y hablaba, pero yo estaba ausente a su conversación. Miraba de reojo a su hija Beatrice, y cada instante que pasaba me parecía más hermosa.
            Unos momentos después llegó el capitán acompañado de dos marinos; uno podría ser el segundo oficial y el otro, por la cruz de malta bordada en la bocamanga sobre fondo rojo, era sin duda el médico de a bordo. Nos pusimos de pie y el capitán nos interrumpió diciendo:
-          No se levanten, por favor. Estan ustedes muy bien distribuidos -
Se sentaron los tres frente a nosotros; el capitán frente a Beatrice, el médico a su derecha y el segundo oficial a su izquierda.
El capitán dirigiéndose a sus compañeros, nos presentó.
-          Les presento a mister Harol, empresario inglés, y a su encantadora
hija, Beatrice. Ellos son Andrés Iniesta, mi segundo oficial y piloto, y el médico del barco, Francisco Rodriguez- Sánchez. El joven que nos acompaña es el aferez de navío Rafael de Velasco, en viaje científico a Filipinas, les comunicó a sus oficiales.

-                          Sr. Velasco -, preguntó Beatrice – Es mi primer viaje en barco ¿Es entretenido el viaje?
           -  Depende, contestó el marino, - El viaje en el barco es bastante monótono, es muy uniforme; el mar y el cielo, el cielo y el mar. Cualquier incidente que se produzca mostrará el interés de todos los pasajeros, rompiendo con ello la monotonía del viaje.
            - ¿Veremos pronto tierra? Volvió a preguntar Beatrice
          - Sí, contesto Velasco. Lo primero que veremos son las Islas Canarias y aunque no atracaremos allí, verá usted con claridad el Pico del Teide, cubierto por sus perpetuas nieves. Posteriormente en cinco o seis días más podremos divisar las islas de Cabo Verde.
            No habían terminado de comer cuando una buena parte de los pasajeros se arremolinaban en popa, atentos a un incidente. Uno de los marineros estaba embarcando, con esfuerzo,  un atún de unos sesenta kilos.
-          Estamos pasando unas horas muy tranquilas, afirmó Beatrice ¿Creé usted, Sr. Velasco que el resto del viaje será semejante?
-          No, mi querida Betrice. Tendremos de todo; periodos de calmones, a veces insoportables, y otros periodos de agitada mar. Mas no se preocupe por esto último porque el hombre se ha preparado para doblegar al océano y siempre lo consigue.
            Finalizamos el almuerzo con un exquisito postre, consistente en una mousse de chocolate, aromatizada con mandarina y unas hojitas de menta.
            Me despedí de los comensales, que se estaban levantando de la mesa y me fui a mi camarote a descansar un rato. Beatrice hizo lo propio, acompañada de su padre y los marinos, cada uno, marcharon a sus respectivos puestos.


domingo, 11 de enero de 2015






Yo pensé que mi blog no lo leía nadie. Pues mi equivoqué. Os remito las lecturas: Mi artículo "Justicia o Injusticia" sobre Ortega Cano lo leyeron 11 personas. El que dediqué a mi nieta Victoria por su bautizo, lo leyeron: 34. Uno sobre la posible desaparición del Café Gijón: 56 (Sobre este me escribió la que llevaba el negocio, interesada por mis opiniones. Otro sobre el Rey (Juan Carlo), Botsuana y los Elefantes: 58 personas. Una interpretación libre del Conxuro Gallego: 41; Una receta de garbanzos con bogavante, para hacer la competencia a mi hermana Rosario:58; Mi proyecto sobre el tunel de la calle Serrano: 82; un artículo de coña hacia Arzallus: 31; Un poema sobre Chinchón: 68; Mis Memorias: 290,  y es un artículo sobre "Sucesión a la Corona" que lo han visitado 1.065 personas.Y agarraros,el que ha superado todas las visitas:  uno sobre mi hermano Emilio, denominado "El último del Sahara": 1.412 personas

Si me queréis, que diría Lola Flores, sigo escribiendo. Abrazos a mis lectores.

miércoles, 7 de enero de 2015


Dedicado a petición de mi sobrina Cristina



BIOGRAFIA

CAPÍTULO II


                                                              PADRES

               Julián Larroca y Ortiz de Zárate nace en  Madrid el 11 de Julio de 1904. Fué el segundo hijo del matrimonio formado por Emilio Larroca y Ortiz y Margarita Ortiz de Zárate y Armendariz, aunque desde su nacimiento adquiere la condición del mayor, ya que su hermano Ramón fallece a los pocos días de haber nacido. Unico varón del matrimonio pierde su condición de hijo único al nacer, el día de Navidad del año 1906, su hermana Laura.

               Estuvo muy protegido y atendido por sus padres desde niño, debido a una grave enfermedad que adquirió a los tres años: la poliomelitis. El acompañamiento a su andar, con uno o dos bastones fué un elemento que caracterizó su personalidad a lo largo de su vida. Su disminuida capacidad para moverse, trazó las directrices de su modo de existencia y de ser. Pudo quedarse en ser un licenciado no ejerciente, cuya principal fuente de ingresos fueran las tierras que en Chinchón poseía; pero su limitación física hizo que se convirtiera en un intelectual de primera magnitud. Leía de todo: Teología, Historia, Derecho, Filosofía, Literatura, especialmente de teatro. Era dificil sorprenderle sin un libro en las manos, pero siempre estuvo dispuesto a cerrar sus páginas para entablar un coloquio con quien lo pretendiera, cualquiera que fuera su condición y edad. A decir verdad, más que coloquios eran monólogos, grátamente soportables por el interlocutor, ya que sus contenidos estaban llenos de anécdotas rigurosas y amenas. Estas fueron sus únicas aficiones: la oratoria y la lectura, que no el estudio, porque pudo permitirse el lujo, con su prodigiosa memoria, de retener todo aquello que leía. Las personas carentes de ésta potencia, se refieren a ella casi despectivamente, sin llegar a asumir que la memoria es la base y el ordenador de la inteligencia.

               Sin haber cumplido los veinticinco años, en 1929, ingresa en el Cuerpo de Abogados del Estado, en la promoción que menos miembros ha tenido a lo largo de su dilatada historia. Fueron sólo siete y entre ellos se han encontrado personas tan destacadas como Luis Usera y López-Gonzalez que fué Presidente del Banco Hispano Americano o Gervasio Collar y Luís, que lo fué del Banco de Bilbao.

               Monárquico, incluso el 14 de Abril, como ya he dicho antes, tuvo diversos ofrecimientos de cargos políticos durante el régimen del General Franco - Director General de la Jurisdicción del Trabajo y Director General de Prisiones -, cargos que rechazó por sus convicciones políticas.

               El 14 de Abril de 1936 fué protagonista de un suceso que de haber tomado, él, una actitud decidida y arriesgada hubiera cambiado seguramente el curso de la Historia de España. Esa tarde del 14 de Abril, mi padre se acercó al domicilio de la calle de Claudio Coello de su primo el Coronel de Infantería, Joaquín Ortiz de Zárate, a quien le unía no sólamente estrechos lazos de parentesco, sino, también, de amistad y admiración recíproca.

               Madrid se había despertado con la terrible y trágica noticia del asesinato de su compañero de carrera, Diputado y Jefe monárquico, José Calvo Sotelo. Al atardecer, la sirvienta comunica a mi tío Joaquín que un militar y otra persona desean hablar urgentemente con él. Se trata de Eugenio Vegas Latapié y su hermano José, Teniente de Ingenieros. Joaquín les recibe en el comedor, ya que el salón estaba ocupado por su mujer, Mariana Sánchez de Movellán, su cuñada Amalia, Manolo Méndez Vigo y mi padre, Julián Larroca. Pepe Vegas expone un proyecto al Coronel en el que estaban comprometidos la oficialidad del Regimiento de Transmisiones de El Pardo. El proyecto consistía en la sublevación del Regimiento al mando de Joaquín, la ocupación del palacio del Presidente de la República, Manuel Azaña,  y el secuestro de éste. Joaquín les manifiesta que en esos momentos está acompañado de varias personas que por discrección no puede decir sus nombres - Eugenio Vegas cree que son altos mandos militares - y que va a consultarles. Joaquín se dirije a mi padre refiriéndole las pretensiones de los hermanos Vegas Latapié y pidiéndole consejo. Mi padre le contesta que Eugenio no ha venido a su casa a solicitar una opinión jurídica, que no necesitaba - Eugenio Vegas era Letrado del Consejo de Estado - sino a solicitar la colaboración de Joaquín como militar de prestigio y en todo caso a recibir una resolución de caracter estratégico-militar. Joaquín medita unos momentos y vuelve al comedor. Les ordena categóricamente, a los hermanos, que suspendan cualquier proyecto. "Bajo palabra de honor les comunico - dijo emocionado, según cuenta Eugenio Vegas -, que está todo preparado para el día 17. Si pasada esa fecha no ocurre nada, cuenten incondicionalmente conmigo para lo que quieran". Así acabó ese proyecto de sublevación del Regimiento de El Pardo, que tal vez si hubiera contado con la opinión favorable y decidida de mi padre hubiera evitado tres años de guerra civil y cientos de miles de muertos.

               Mi padre, como consecuencia de sus secuelas, enfermó pronto. A los sesenta años, una trombosis que le sobrevino en su despacho de la Dirección General de Clases Pasivas le apartó de su vida intelectual y profesional. Ocho años después, el 18 de octubre de 1972, fallece en Madrid víctima de otro accidente cerebral.
          María del Carmen de Dolarea y de Aragón, de todos conocida por Meluchi, nace en Cádiz el 11 de Enero de 1910. Era hija de Angel de Dolarea y Velasco y de Carmen de Aragón y López. Fué la segunda de los tres hijos que tuvo el matrimonio: Angel, Carmen y Matilde. Era muy rubia y con ojos verdes; de color de salivilla de zapatero, como le decía su madre. Los mismos ojos que tiene mi hija Mercedes. Muy guapa. Según decía ella: "la chica más guapa de Cádiz". De gustos barrocos y amplia generosidad, como buena andaluza. Se casó el 31 de Diciembre de 1937, después de más de siete años de noviazgo. Y se casó, como digo yo, porque mi padre, Julián Larroca, era muy friolero. Y así fué, cuando mi padre ingresa en el Cuerpo de Abogados del Estado fué destinado a Teruel. De dicha capital sólo le he oido comentar que pasó un frio tremendo, por lo que a los pocos meses como consecuencia de quedar vacante una plaza en Cádiz, mi padre, no lo duda y se traslada a la "tacita de plata". Allí conoció a mi madre, en la plaza de Mina. Nos solía contar mi madre, los sosos piropos que le dedicaba mi padre; "Y que tenga uno que estudiar hipotecaria". Mas debió tener otras virtudes, porque consiguió llevarle a contraer matrimonio en la Parroquia de San Antonio, sita en la plaza del mismo nombre que el santo y muy cerca de donde ella vivía; en la calle del Veedor, hoy José Ramón de Santa Cruz. Una casa expléndida de tres plantas, con suelos de marmol blanco, corredor abierto a un patio acristalado y con azulejos andaluces hechos a mano.

               La boda se retrasó más de lo esperado, por vicisitudes históricas. Mi padre, con mi abuelo, Emilio Larroca, se trasladan de Madrid a Cádiz con el fín de pedir la mano de mi madre el día del santo de ella de 1936. Conocedores, por el parentesco con Joaquín Ortiz de Zárate, de la pronta sublevación militar, deciden que mi abuela, Margarita, y mi tía Laura se queden en Madrid con el fín de arreglar determinados asuntos en Chinchón y por otro lado, dejar a mi bisabuela, Petra Ortiz, al cuidado del mayordomo, Gabriel Catalán, conocido también por "el tío cabecilla".

               La sublevación militar triunfa en Cádiz, al mando del bilaureado General, José Enrique Varela, pero no prospera en Madrid. Mi abuela, apellidada Ortiz de Zárate, tiene que marcharse de su domicilio para esconderse y la procura asilo el dueño de un conocido restaurante madrileño denominado Valentín. Varios meses después consigue llegar a la Embajada francesa y a través de la protección de la misma, toma un barco en Valencia que arriba a Cádiz a mediados de 1937.

               El capricho que tuvo mi padre de pedir a mi madre el día de su santo, le salvó la vida, ya que pocos días después de iniciarse la sublevación, fueron a buscarle a su domicilio de Madrid con la insana intención, me imagino, de darle "el paseo"; método drástico y finalista que las fuerzas del Frente Popular usaban para acabar con aquellas personas que no comulgaban con sus ideas.

               Si tengo que destacar una virtud de mi madre, eligiría la superación con humor y resignación a la adversidad; asida a una silla de ruedas, por la amputación de una pierna, y sin habla, disfrutó de su vida, por encima de todo, hasta que le sobrevino la muerte el 2 de Marzo de 1988

....CONTINUARÁ.


martes, 6 de enero de 2015




LA INFANTA CRISTINA Y EL JUEZ CASTRO

El 22 de diciembre nos despertamos con tres cuestiones importantes: la celebración de la lotería de navidad, la imputación de Mas y la de la infanta Cristina por presuntos delitos fiscales. A este último asunto, por su importancia, es al que voy a referirme y a las consecuencias trasversales de las que me voy a explayar.
El juez Castro, olvidándose de la doctrina Botín, ha hecho caso a la acusación popular de “Manos Limpias”, y ha obviado al Fiscal, a la Abogacía del Estado y a la Agencia Tributaria. Y yo me pregunto…si no tiene razón: ¿responde de ello? Me temo que no y eso es a lo que no hay derecho y eso es lo que verdaderamente me preocupa. ¿Porqué los jueces no responden personalmente de sus equivocaciones? Y no estoy afirmando que el juez Castro se haya equivocado, sólo pienso que de sus declaraciones en instrucción y lo manifestado por la Prensa, yo presumía ya que iba a realizar la resolución que ha dictado. Resolución novedosa y en contra de criterios jurisprudenciales anteriores.
La infanta Cristina si sale indemne de éste asunto, podría y debería reclamar los daños y perjuicios que le han ocasionado por mal funcionamiento de la justicia. Y no lo hará. Mas si lo hiciera, no respondería el juez Castro, sino el resto de los contribuyentes españoles con nuestros impuestos. Y es a lo que yo no estoy dispuesto. Lo que estoy dispuesto es que los jueces y los fiscales paguen sus errores de su bolsillo, y para eso hay que cambiar la ley. Me asombra que se reúnan los jueces y censuren el clima de corrupción existente entre la clase política. Pero yo les pido, y expresamente al Consejo General del Poder Judicial, que tomen un espejo y se miren. Tengo a mis espaldas más de diez mil pleitos ejercidos, en representación de la Abogacía del Estado, y por ello he conocido jueces de todo tipo; buenísimos, regulares, mediocres e incluso jueces que deberían estar en la cárcel. Y por qué no lo están, se preguntará el lector. Por una razón muy sencilla porque la legislación penal es muy blanda con ellos. Ustedes se imaginan que cuando un juez comete el delito más grave que puede hacer en el ejercicio de su función, como puede ser la prevaricación, se le “premie” echándole de la carrera, y digo que se le premia porque se dedica a una actividad privada dónde se “forra” a ganar dinero, en vez de estar seis años en la cárcel, que es lo que merece. Y lo mismo ocurre con los fiscales que pueden mentir sin cometer delito y no les pasa nada, y si reclamas una indemnización no la pagan ellos sino los contribuyentes españoles. Eso sí, el resto de los españoles; abogados, médicos, arquitectos, ingenieros, peritos nuestras equivocaciones las pagamos de nuestro bolsillo, e incluso a veces con la prisión . Y porqué, no ellos.
Todo este artículo viene a intentar que el Consejo General del Poder Judicial ponga de una vez por todas orden en este desorden, y se ocupe de que lo que aquí tratado se lleve a un plano legislativo, y de este modo empezaremos a confiar en la justicia, y tener por fin esperanza en la judicatura y en la fiscalía, confianza que para desgracia del justiciable hoy no existe.